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DIARIO DE UNA APRENDIZ DE GESTALT

TECNICAS PSICODRAMÁTICAS. ABRIL 2008

TECNICAS PSICODRAMÁTICAS. ABRIL 2008

 

El viernes falté a la clase teórica del curso. Ya había avisado a Alfonsi que lo haría. Era el cumpleaños de "mi niño", y después de conocernos 5 años, con el va y viene constante de nuestra relación y después de llevar un año completito sin "holas y adioses" me apetecía muchísimo celebrarlo ....todo. Acabé muertita. Podía haber sido algo íntimo de a dos, pero quería también a mi gente cerquita. Muy bien, muy bien....y encima haciendo de cocinillas cuando me agobia tanto el trasterío ese....Los efectos secundarios eran de esperar: agotamiento.

Así que he llego tarde, bastante tarde….con falta de horas de sueño, con dolor de cabeza y agujetas hasta en la raíz del pelo. Espero se me vaya pasando en lo que queda del día.

Son las 12:30 horas cuando me incorporó al grupo. Están haciendo probaturas con las técnicas psicodramáticas. Soy una pésima actriz (me darían el “antioscar” si existiera… aunque me pongo a ello. El ejercicio consiste en ir caminado por la sala haciéndose la encontradiza y al ponerse delante de la persona con la que “tropiezas” mirarse a la cara sin máscara y maquillaje . ¿Qué ves? Los miro….

Me detengo frente a Saray que me mira empequeñeciendo los ojos entornándolos, me mira con un interrogante en su mirada, los entorna cada vez más y aprieta la boca ladeando la cabeza. ¿Desconfianza? Está incómoda. Yo divertida.

Esta vez es Marta la que se detiene frente a mi. Es casi desafiante su actitud pero viene de frente, clara y con la cara despejada.. Creo adivinar que arrinconó aquella escafandra de buzo con la llegó hace meses. Me alegra.

Sandra tiene unos ojos que son como océanos. No es nada nuevo esto que digo. Sandra no se da cuenta de cómo engulle su mirada (¿o si?). Esta vez su pupila es un espejo en el que me contemplo reflejada, literalmente. Son su cortina para la luz y el ruido que le vienen del exterior. Me sorprende su habilidad malabar con los ojos.

Me he parado frente a María, la profesora de este módulo, soy yo la que ladeo la cabeza y me apoyo de lleno sólo en un pie. Dice María que me protejo. Yo creo que lo que hago es esperar, hasta preguntar. Quizá solamente sea un problema de altura (ladeo la cabeza para menguar de estatura, eso me hace más igual o para que el personal no se me asuste).

Me voy a comer a casa. Aún tengo dolor de cabeza.

Después de comer y tras tomar grandes dosis de cafeína, de vuelta a la dinámica de grupo. Estamos en tiempo de ocio. Hora del recreo. El ejercicio consiste en salir al patio de recreo y jugar como cuando eramos niños. He tenido la misma sensación que cuando era niña: no sabía como acercarme al resto, que decir, que hacer, si jugaba o no . Cuando se me ocurría algo sólo lo decía bajito, apenas se me oía. A veces pasaba que alguien me oía y repetía lo que yo había dicho y yo sentía que se apropiaban de mi idea. Pero daba igual. No jugaba en equipo, sólo imitaba al equipo, como diluyéndome en él grupo. Ya empezaba por entonces a dilucidar que es más cómodo (ahora sé que es cómodo pero no conveniente).

Me afloró demasiado pronto la vena responsable. Que niña más vieja fui!. Y que aburrido era jugar al elástico o la comba. Yo quería dibujar, leer, jugar a ser mayor. Entonces me dejaba llevar por la euforia del momento para sentirme así una más del grupo.

Mi infancia no es inolvidable: ni por mágica ni por sombría. Es un lugar neutro, ni blanco ni negro, de los de “ni chicha ni limoná”.

Mis progenitores tenían puestas en mi unas expectativas que definieron en voz alta en algún momento: “Y tú que te creías que tu hija iba a darte sopitas cuando te jubilaras…” le decía mi tío a su hermano. Mi padre asentía con seriedad y resignación. Es uno de los episodios que guardo en mi memoria.

“Debo mantener el control” ha sido una frase constante y repetitiva desde que cumplí los 6 años. Por mi tamaño y altura, más grande que lo normal (al menos en aquella época) he creído tener más fuerza y la certeza que en juegos de grupo iba a lastimar a alguien. Unido a mi torpe naturaleza me ha limitado en mis relaciones con los demás.

María me dice que normalmente el crecimiento rápido hace que dejen de hacerte mimos y caricias antes de tiempo. (Ahora recuerdo a mi madre diciéndome que ella siempre ha sido poco cariñosa y besucona….). Realmente echo de menos esas atenciones. También comenta el papel que protectores que asumen los niños que crecen antes que los otros.

Sandra y Cristina realizan un ejercicio de esculturas bastante interesante y con una lectura muy clara para mi y por supuesto para Sandra que es la que está trabajando en ello.

De este módulo me llevo cierta tranquilidad de comprobar que no soy tan distinta al resto de los mortales en lo que respecta a las relaciones con los demás y con mi propia familia, como dice el refrán popular “en todos sitios cuecen habas”.

María me hace un comentario: dice que le emocionó cuando le hablé de mis sobrinas y de cómo me encantaba jugar con ellas a todo, todo, todo porque con ellas podía hacerlo sin miedo al rechazo. Yo también me emocionaba cuando lo contaba y vuelvo a hacerlo al oír el comentario.

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